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A La Deriva

A LA DERIVA

 

El señorío del Real Madrid—del que se jactan todos sus seguidores aun sin saber qué representa realmente—se empezó a esfumar el día en que Raúl empacó sus maletas rumbo al medio oriente. Su entierro—acelerado por el desgaste al que condujo un errante portugués canoso—se consumo con la marcha de Casillas al Oporto. 


En la otra orilla—aunque allí sí que hay playa—, la elegancia y la deportividad del mejor Barcelona de la historia  se ha visto condenada al ostracismo con la ida de Guardiola (cansado de ganarlo todo), el retiro de Carles Puyol (aquejado por una serie interminable de lesiones a las que combatió con estoicismo hasta el cansancio emocional) y la partida de Xavi, siguiendo los pasos del torero González Blanco, a tierra de extraña grafía para la concepción occidental.

 

Estamos a expensas de Ronaldos y Piqués, de tatuajes y estridencias, de fiestas y mujeres, de escándalos a la francesa y carnavales imprudentes. Los disfrazados en Getafe, así como los divos para los que su mayor preocupación es encontrar la mejor peluquería de la capital española, están lejos, muy lejos, de los verdaderos referentes y ejemplos de no hace mucho. 

Ramos e Iniesta, últimos estandartes de un generación que le enseñó al mundo mucho más que fútbol. Fueron los mejores, lo sabían, y lo demostraron  siempre con la caballerosidad propia de futbolistas de otro tiempo. Ahí están los videos, las grandes rivalidades seguidas de los abrazos y una amistad fuera del terreno de juego que hoy, en un par de plantillas plagas de estrellas de farándula, son impensables.

 

Juan Pablo Pablo.