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En Mi Barrio No Hay Ídolos

EN MI BARRIO
NO HAY ÍDOLOS

 

Para llenar el álbum del Mundial de Francia 98 tuve que aprender a montar en bicicleta. Ese fue el compromiso con mis papás. Con siete años y un hermano menor que ya iba de un lado para otro sin las ruedas laterales, mi mamá se vio en la obligación de condicionar mi afición al fútbol a que montara bicicleta todas las mañanas.


Tenía que aprender "porque uno nunca sabe", así como después tuve que aprender a clavarme en una piscina, bailar, esquiar o montar a caballo ante la amenaza materna de limitar mis horas de ocio futbolístico.

 

Como decía, no tuve otra alternativa más que aceptar la propuesta de mi mamá: mañana de bicicleta y noche de álbum con las monas que mi papá me llevaría después de salir del trabajo, comprar la lotería y pasar por la cigarrería más cercana a la casa. Desafiar mis limitaciones naturales con la motricidad fina y gruesa era la única manera de acercarme cada noche a la página de mis ídolos, la página donde estaban las imágenes de los jugadores de la selección de Brasil: Cafú, Roberto Carlos, Romario, Bebeto Rivaldo y el espacio aún vacío de Ronaldo.

 

No importaba que unas hojas más adelante, en el grupo G, vecinos de Inglaterra, Rumania y Túnez, estuvieran las fotos del Pibe, Freddy Rincón o el Tino. Sí, eran nuestros jugadores, ídolos nacionales y los últimos representantes de una generación irrepetible; pero eran, al fin y al cabo, para nuestro pesar, integrantes de una selección que no estaba en condiciones de ser campeona del mundo.

 

Para colmo, ya a los siete años el discurso dominante de la victoria como única aspiración en el fútbol —y en la vida— obliga a los niños a buscar la apuesta más segura para sentirse ganador, sentirse mejor que sus amigos y destacar de alguna manera. Con el fútbol no importa si el logro es propio o ajeno, lo importante es poder asumirlo y sentirse orgulloso por las elecciones que tomamos.

 

 
 

Ante ese panorama, nos encontramos ante el nacimiento del espíritu golondrina de una generación que pronto tendría al alcance las herramientas tecnológicas para acercar a sus ídolos extranjeros. Ese nacimiento fue Francia 98. Tuvimos que elegir otra selección que apoyar. Argentina, Brasil, Italia o Inglaterra. Ni España, ni Francia habían ganado mundiales y nadie creía que lo harían. La situación no permitía muchas posibilidades: O heredar el legado del fútbol espectáculo de Brasil o la historia reciente de la Argentina de Maradona o el lejano fútbol europeo. Con ellos se sufría de verdad, como solo sabe sufrir y disfrutar un niño, porque podían ser campeones y podían darnos una alegría tan grande como ver que el bolsillo de la camisa de tu papá está lleno de sobres de monas y, a lo mejor, esta vez sí, sale Ronaldo.

 

Juan Pablo Pablo.

Historia en colaboración con FANVOX

 
 
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