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Don A

DON
A

 

· EL DON DE JUGAR
BIEN AL FÚTBOL ·

Para evitarle el esfuerzo mental al autor del Quijote , el lugar de la Mancha es Fuentealbilla. Menos de dos mil habitantes y desconocido incluso para los españoles de no ser por un personaje al que todo el mundo se refiere con el tratamiento de don. El mismo que se ganó, una vez más—pues no se cansa de ganar—, una estruendosa ovación al abandonar el terreno del máximo rival deportivo del club para el que juega.


A su ritmo y con la somnolencia con que parece divertirse fue él quien determinó dónde y cuándo debía jugarse cada balón del partido. Salió de capitán a un Clásico—en mayúsculas para no perder la instaurada tradición periodística—por primera vez en su carrera y ejerció como tal a cada instante. Verbigracia de liderazgo. 

 

Ordenó la defensa designando a un lugarteniente con el número cinco a la espalda que no se cansa de jugar sin errores. Cuando fue necesario darles el ejemplo no dudo en ir al suelo, barrerse con pulcritud y robarle el balón al contrario. A la hora de atacar, cuando los de arriba se escoraban para proteger la salida lateral, era el primero en presionar a los centrales rivales e, incluso, al dubitativo portero local. Se multiplicaba en las dos áreas. Con eso hubiese suficiente de no ser porque gobernó a sus anchas todo el mediocampo. Amo y señor de la Mancha y el Bernabéu. Con un soberbio manejo de los tiempos distribuyó para un lado y para el otro, puso la pausa y las pastillitas para dormir de sus amigos de Estopa, aceleró cuando vio el espacio y el cansancio rival, presionó y se mantuvo alerta. No le falto nada. 

 

Al término del primer tiempo, cuando ya merecía el balón de oro por esos 45 minutos, con el partido liquidado gracias a la demostración innegable de superioridad del equipo visitante, Don A podía haberse dedicado perfectamente a pastar a sus anchas por la explanada madrileña, donde la presión defensiva también reinó, pero por su ausencia.

 

Faltaba el último toque de elegancia y mando: desde la mitad—siempre desde ahí—lideró, ¿cuándo no?, la construcción de lo que los refinados cronistas con tendencias decimonónicas llamarían poesía hecha fútbol. Recordando, no sin transmitir algo de melancolía, al Barcelona del toque de primera y falta de problemas para jugar llegó su gol, el gol de la noche. Todo perfecto, todo porque lo construyó él y lo concluyó él. 

 
 

Por más fuerte que sonaron los aislados pitos y silbidos no pudieron ocultar la verdad, manifestada a través de miles de aplausos, a la que se rindieron tributo los aficionados conocedores del extinto señorío deportivo característico de la historia del equipo local: Iniesta demostró porque se le llama siempre Don Andrés.

 

Juan Pablo Pablo.