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No pidan fútbol

NO PIDAN FÚTBOL

 

Ajenos (o no) a las especulaciones que rondaban la previa del partido, luego de que la Conmebol reafirmara su apetito comercial en detrimento del juego limpio, Brasil tiró de la renta. Una vez más, como ya es habitual, desempolvó el peso de la camiseta y los últimos vestigios de su historia futbolística para imponerse, sin ser superior, a una Venezuela con deseos de demostrarle al continente que está lejos de ser la cenicienta que una vez fue.


 
 

Sin Neymar, Dunga no tuvo más remedio que recurrir a las bicicletas oxidadas de Robinho, el último estandarte de la selección campeona del 2007, consciente de las limitaciones de quien antaño fue considerado el futuro de Brasil y uno de los referentes de una selección dedicada a la bebida y la fiesta.

A sabiendas de que el empate le favorecía, pero que la crítica le agobiaba, dejarse llevar por las suposiciones no era un escenario que Dunga proyectara en la antesala del partido. La pentacampeona del mundo salía a la cancha para demostrar que, más allá del golpe anímico y deportivo que supone la suspensión de Neymar, Brasil es más que su estrella y su historia. Ni lo uno, ni lo otro.

 
 

Sin embargo, poco o nada le importa a su director técnico. Enamorado de los números— como dirán muchos que debe ser—, el resultado va por encima del ayer y del mañana. Si se necesitaba ganar, no pidan goleadas que un tanto de diferencia es suficiente; si querían ver magia, ahí les pongo a un artista (?) en decadencia; si querían ver a Brasil ganando el grupo y en cuartos de final, no pidan espectáculo y aténganse a la evidencia empírica.

A Dunga no le hablen del cómo, ni le pregunten por qué. Con quien ya dirigió a la selección brasileña entre julio de 2006 y el mismo mes del 2010 hay que hablar exclusivamente del qué. ¿Quieren ser campeones? Aténganse a las consecuencias, puede que no les guste del todo.

Juan Pablo Pablo.