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Derecho a Sonreír

DERECHO A SONREÍR

 

Con muy poca imaginación se le ha bautizado como "la foto que nunca sale". Dispuestos para esa foto estaban Alan Shearer y Andrew Cole, los capitanes del Newcastle y el Fulham en la temporada 2004-2005, separados por la monumental figura del policiaco Howard Webb, cuando un balón, reclamando el protagonismo que estaba perdiendo,  impactó directamente en la cara de uno de los jueces de línea.


Hablamos de ese instante mágico en el que el fútbol mismo, por una cuestión de contrapesos y buscando recompensar de alguna manera a los árbitros, les permite a éstos sonreír. En tiempos en que reina lo políticamente correcto, tiene vetada la sonrisa durante el transcurso del juego porque se les acusará de frívolos, de complacientes, veleidosos, desinteresados o poco rigurosos con su trabajo. Así, solo tienen permitido esbozar su sonrisa —y lo hacen con gusto, mostrando la mayor cantidad de dientes posibles— en ese momento en que, junto a los capitanes de ambos equipos, se cuadran marcialmente con las manos a la espalda.

 

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Con el monopolio de la imagen en nuestro día a día, resulta cuanto menos curioso que este tipo de fotografía no cuente con el protagonismo que debería. Los árbitros saben de su importancia y somos nosotros, los espectadores, quienes no hemos sabido reaccionar a tiempo para exigir su presencia en los periódicos, portales de internet y redes sociales. Digo que los árbitros conocen de la relevancia de estas fotos porque han entendido su unicidad. Ya lo decía Santi Nolla, director del periódico el Mundo Deportivo, cuando aseguraba que imágenes de Iniesta abrazado con Messi tras un gol son lo habitual. Eso y ver a Cristiano Ronaldo al borde del llanto porque no le han pitado un penalti, a Busquets en el suelo revolviéndose como si lo hubiera alcanzado un obús y apenas si lo han rozado o Gerardo Bedoya saliendo del campo luego de su enésima expulsión (estamos hablando del record mundial muy a pesar de Sergio Ramos).

Aunque este ruego fuera escuchado y se empezaran a publicar estas icónicas estampas de cada partido, que no costarían nada ante la generosidad de almacenamiento del siglo XXI, quedaría mucho trabajo de hemeroteca por hacer. Habría que ir a los archivos personales de los fotógrafos que recorrieron los campos de fútbol en tiempos de rollos y vida analógica.

Allí podríamos encontrar, por ejemplo, esa instantánea, que no era tal porque había que revelarla en un cuarto oscuro, en la que, con toda seguridad, Paul Allock sonreía junto a Peter Atherton y Tony Adams, capitanes del Sheffield Wednesday y Arsenal respectivamente, antes del enfrentamiento en el que el juez central terminarían por los suelos luego de que el díscolo Paolo Di Canio lo empujara tras ver la tarjeta roja. Pagaría también por “la foto que nunca sale” de los capitanes de las selecciones sub-20 de Chile y Portugal en el Mundial de Canadá 2007, hecha a escasas dos horas de que Zéquinha, sobre el minuto 89, cometiera la imprudencia de quitarle la tarjeta roja al árbitro, quien estaba a punto de expulsar a Mano, y fuera expulsado también dejando a su selección con nueve hombres.

El antes y el después. La tranquilidad, la compostura, la formalidad previa y fingida frente a la sangre caliente y la falta de racionamiento en el terreno de juego. Rígidos frente a los focos, sonriendo antes de la batalla y de los insultos, los árbitros merecen que les veamos, que compartamos su felicidad, aunque solo sea un segundo y luego un balón reclame el protagonismo de manera abrupta.

 
 

Juan Pablo Pablo.