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EL MARACANAZO FUE EN ARMENIA

 

EL MARACANAZO FUE EN ARMENIA

SI TODOS LOS QUE ASEGURAN HABER ESTADO EN WOODSTOCK, EL ESTRENO DE CASABLANCA O EL MARACANAZO REALMENTE HUBIERAN ASISTIDO AL EVENTO, CHINA SERÍA UN BAGAZO DEMOGRÁFICO AL LADO DE UNA HORDA INCONTABLE DE VISIONARIOS, QUE SUPIERON ESTAR EN EL LUGAR Y MOMENTO CORRECTO PARA EL PARTIDO MÁS EMOCIONANTE DE LA HISTORIA DE LOS MUNDIALES, EL ESTRENO DE LA PELÍCULA MÁS FAMOSA Y SOBREVALORADA Y LA FUMATA COLECTIVA MÁS GRANDE DEL SIGLO XX.


Ni los porros del festival del 69, ni las especulaciones sobre el trasfondo político del drama marroquí nos interesan ahora, aunque no deje de ser interesante imaginar cuánta marihuana se pudo fumar durante esas tardes de esparcimiento hippie en aquel agosto o cuánta gente, de toda esa que asegura haber ido al estreno del fallido romance entre Bergman y Bogart, insiste en que la frase "tócala otra vez, Sam" se da en algún punto de la película. Lo que importa en este momento es que desde el Maracanzo y su apócrifo registro de asistencia —200 mil personas aventuran los más cautos— la concurrencia a los estadios no ha vuelto a ser la misma.

No faltan los presuntos culpables: que si la radio, con su auge popular en los años treinta y cuarenta; la televisión, con su democratización de la imagen y la posibilidad de quedarse en casa y ser testigo en primera fila de los mejores goles de la jornada; o la piratería digital, con su posibilidad de ver cualquier partido en cualquier país en cualquier momento. También se ha culpado de los registros de asistencia al frío, al calor, a la distancia con los estadios ubicados cada vez más lejos del centro urbano, la incomodidad de las instalaciones deportivas, la hora de los juegos, la dificultad para encontrar parqueadero, la aglomeración en el transporte público, la inseguridad y, claro, el desorbitante precio de las entradas para ver un espectáculo con la misma calidad que un torneo de infantes en el pasillo de casa.

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Sin embargo, ni todas estas excusas juntas, ni una entreverada conspiración digna de la pluma más estrafalaria de las dependencias de guionistas a granel en el Hollywood de los años treinta, podría explicar el cómo se llegó al antirécord de asistencia en el fútbol colombiano. Pronto se cumplirán cinco años de esa lúgubre fecha, en la que un partido entre el Atlético Huila —que saldrá a defender la falta de apoyo en el estadio arguyendo que jugaba fuera de Neiva— y Alianza Petrolero congregó en el estadio Centenario de Armenia a ocho aficionados que pagaron la entrada. En una mala mañana con más personas se cruza uno a la salida del edificio camino del trabajo, haciendo fila en la panadería o esperando a que roten el ají en la venta de empanadas de la esquina más cercana a la oficina. Me atrevería a decir incluso que en plena cuarentena, con todas las restricciones legales y sociales que conlleva el confinamiento, habría más de ocho listillos capaces de escaquearse para jugar un partido en el barrio. No solo eso, seguro habría más de ocho dispuestos a escaparse para ver, solo ir a ver, a los que van a jugar.

 
 

Juan Pablo Pablo.