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IGNORAR AL MUNDO

 

IGNORAR AL MUNDO

UNA DISCUSIÓN, DICEN AHORA EN LA PRENSA. EL FINAL DE UN IDILIO QUE SE CREÍA ETERNO, A LO XAVI E INIESTA CON LOS COLORES AZUL Y GRANA, SE ESCUCHA EN LAS ETERNAS TERTULIAS DEPORTIVAS DE MEDIANOCHE EN ESPAÑA. Y SIN EMBARGO, LO MÁS PROBABLE ES QUE NO SE TRATE DE NADA DE ESO.


La respuesta “instagramera” (perdón el palabro, pero es lo que se usa en nuestros días para referirse a todo aquello que se hace, muestra, exhibe y escribe en Instagram) de Messi puede deberse sencillamente al cabreo, a la bronca, al cansancio, al agotamiento o, sobre todo, a la soledad. A lo mejor es esto último: la soledad. La soledad del genio que decidió autoexcluirse en su magia y su talento, para continuar al mando de la nave incluso en pleno naufragio. 

Es innegable que Messi ha querido compañía. Querido y deseado, como cualquier ser que entienda y viva su naturaleza social. Habrá querido, claro, una familia estable, con quien lo conoce mejor desde su infancia en Rosario, así como la complicidad amiguera de un personaje tan estrafalario en sus peinados como desconcertante a la hora de explotar su propio talento. Compañía tuvo Messi en el portero DJ, en el superhombre con la 14 a su espalda o en el compañero de terna y mates. 

Y aun con toda esa compañía, y con el etéreo respaldo de millones de seguidores y admiradores, que no han dudado jamás de él, la soledad ha sido su bandera y su reclamo real. Figuras y amigos alrededor, pero sólo él a la cabeza. El genio que eclipsa al resto sin proponérselo. El líder por destino. Lo sabe, lo asume y acepta que las cosas deben seguir así. 

El dolor y la gloria, que ya se ha convertido en expresión popular tras el éxito de la película de Pedro Almodóvar, son el cebo perfecto para asirse a la soledad. El riesgo que merece la pena correr para inmortalizar la estela y la costumbre que fundó Maradona: brillar individualmente en un deporte colectivo. En su caso, ser el más grande justamente en el equipo que sublimó el juego colectivo. Ahí está la adicción. Lo dijo Carl Jung: “La soledad es peligrosa. Es adictiva. Una vez te das cuenta cuánta paz hay en ella, no quieres lidiar con la gente”.

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En su recorrido los lleva a los demás. En la estela de su esquiar arrastra al grandeza de otros futbolistas de renombre. Hoy son las críticas y más pronto que tarde vuelven las alabanzas. Los halagos no se hacen esperar, vuelven más rápido que la inquina con la que se busca hacer sangrar a quien no entiende de pulsiones humanas. Messi parece vivir dentro del verso en prosa de Mario Benedetti: “Ya no sé ni mi nombre: ¿para qué?, ¿para quiénes? Cuando el mundo ignora, yo a mi vez, a mi turno, también ignoro al mundo”.

 
 

Juan Pablo Pablo.