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LIBRETAS SIN CAMAREROS

LIBRETAS SIN CAMAREROS

 

Nada de nuevas tecnologías, nada de esperar a las repeticiones o a las palabras de sus ayudantes,  de los comentaristas de televisión o aficionados. Ellos ven los quieren ver, así como dicen lo que les conviene decir —no importa la verdad, que para eso están otras profesiones—, razón por la cual se ciñen a sus apuntes. Y están en su derecho…y su deber.


Son ellos los capitanes de los barcos (errantes; en algunas ocasiones), los líderes espirituales (con el perdón de Paulo Coehlo), los generales (en retirada; dependiendo de la ocasión) o la cara visible (aunque hay algunas que preferiríamos no ver) del equipo, según considere el redactor de turno, tan temeroso de decir repetir la expresión directores técnicos y tan amigo del diccionario de sinónimos y antónimos.

 

Como deben seguir su propio criterio, y no dejarse llevar por la marabunta de comentarios, cada vez más y más presentes en tiempos de redes sociales e interacción continua, su mejor aliado es de otro tiempo, de otra época y un material en desuso. Su mejor amigo es el papel en forma de libreta. Su refugio, su confidente, su diario de repetidos errores, su testamento de una herencia sin descendientes. Entre sus manos yace el testimonio de un partido que no ha visto nadie, de una realidad que se escapa a los ojos de millones de personas. Labra con un bolígrafo el destino de un equipo por el que miles de aficionados habrán de reír o llorar, dependiendo de lo acertadas de sus notas. De su buena caligrafía, más que del acierto de sus opiniones, pende la alegría o la tristeza que se habrá de ceñir sobre los bares, salas de estar y gradas de estadios.

 

 
 

Ahora es cuando importa quién fue su maestra de escuela, ahora es que se necesitan los consejos para tomar buenos apuntes, ahora es que vale la pena consignar únicamente lo necesario. Tan solo ahora es que se entiende el porqué era tan relevante escribir para entenderse luego. En el colegio se podían pedir los cuadernos ajenos, en caso de quedarse dormido, no entrar a clase por seguir jugando fútbol o haber faltado ese día por una fiebre impostada. Pero ahora no, ahora es necesario tener una letra legible, no desperdiciar páginas en palabras innecesarias, no perder el tiempo en comentarios vacuos. Vale la pena hincar la rodilla, apoyarse en ella, perder la mirada en el horizonte, recordar la eternidad que ha pasado entre la última jugada y el tiempo presente, agachar la cabeza, mascullar unas palabras y escribir, escribir y tachar todo lo necesario y solo lo necesario, como un buen camarero.

 

Juan Pablo Pablo.