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No Nos Escuchan

NO NOS ESCUCHAN

 

“Movete, Argentina, movete. Movete, dejá de joder. Que si ganamo el domingo… somos campeones otra vez”.


Una, dos y tres veces se repite el coro. Una y otra vez las palmas abiertas se abaten contra las mesas, las cabeceras y los cristales del autobús. No paran de cantar. Improvisan. Cambian las letras de las canciones. No miran a la cámara. Son ellos para ellos mismos. Son su propia motivación. El mundo está afuera y deberá esperar. Los 22 jugadores de la selección Argentina acaban de ganar la semifinal del Mundial de México 1986 contra Bélgica y van en el autobús de regreso al hotel de concentración. Solo queda un partido. Solo queda el mañana. Uno de los grandes retos de Carlos Salvador Bilardo ya está cumplido: jugar los siete partidos; ser los primeros en llegar y los últimos en irse. Ahora solo basta regresar a Ezeiza con el oro colgando del cuello.

 

Veinte años después la motivación previa a los partidos mundialistas, los cánticos, la integración grupal, la compenetración del plantel y la cohesión entres los jugadores va de cara a la galería. El Mundial de Alemania 2006 recibe a una selección brasileña repleta de figuras —Ronaldo, Ronaldinho, Robinho, Adriano, Kaká— que promete brindar espectáculo y recuperar la estela del mítico jogo bonito. Nos sumergimos dentro del autobús de la pentacampeona para ver cómo disfrutan y se distienden a ritmo de samba. Es una campaña de la marca deportiva que los patrocina, pero el mensaje es claro: se divierten dentro y fuera del terreno de juego. Lo que el espectador ve no es mentira: en Alemania está garantizado el folclor brasilero, su alegría, desparpajo y fútbol espectáculo. El resultado es otro, pero no importa: el equipo estuvo y sigue unido, así sea con las panderetas destempladas, los tambores rotos y los sueños de un sexto título mundial en el fondo del baúl.

 
 

Pero ahora no sabemos, estamos en la época de los audífonos desproporcionados que aíslan a los jugadores. Quién sabe si persiste la unión dentro del autobús, las arengas musicales y la motivación épica a partir de los éxitos del momento. Lo que le queda al espectador, cada vez más aislado del propio juego y sus protagonistas, es la imagen de los futbolistas bajando del bus con sus audífonos gigantes, a ser posibles inalámbricos. Cada uno está sumergido en su propio mundo, son ajenos a los gritos de los aficionados y a las solicitudes de firmas y fotografías; cada cual va oyendo sus canciones favoritas, su vida, su historia. Ahora son bailarines de galería, que danzan en el vestuario para subir los videos a las redes sociales, y cantantes de ocasión al frente del volante de su propio carro. Solitarios y aclamados. Estrellas del individualismo.

 

Juan Pablo Pablo.