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CANCHA POR CARCEL

 

CANCHA POR CARCEL

LAS PATADAS GUIADAS POR LA ALEVOSÍA Y LA MALA INTENCIÓN, LAS ARTIMAÑAS QUE PONÍAN EN PELIGRO LA INTEGRIDAD FÍSICA DE UNO DE LOS COMPAÑEROS DE SALÓN Y LAS BARRIDAS QUE BUSCABAN, COMO DIRÍA EL COMENTARISTA OTRORA BIGOTÓN, MÁS CARNE QUE MEDIA, TODAS ELLAS ERAN PENALIZADAS VERBALMENTE.


En el patio del colegio no existían las tarjetas amarillas o rojas. Dejar a uno de los dos equipos, sin importar que el partido fuera de 15 contra 15, con un jugador menos no entraba en la normativa reinante. Decía que la penalización era verbal: después de los consabidos insultos, los gratos recuerdos enviados a la madre de quien cometió la infracción y las más airadas protestas con amago de pelea, tras todo eso venía el reproche más sincero: "cárcel, esa patada es de cárcel". Ni tarjetas, ni advertencias: la cárcel, el lugar de los criminales, de los hampones con taches.

Quizás así empezó la historia de Robert "El sicario" Rojas, la primera contratación de River Plate, en su empeño de mantener la hegemonía continental de los últimos años. Cómo no iba a copar todas las portadas de los pasquines más vendidos en Suramérica bajo la denominación de periódicos. Su apodo es la invitación en bandeja de plata para los juegos de palabras en los titulares y el sensacionalismo más barato, como el de este mismo artículo.

Como el mote no recae en verdaderos merecedores de tal rótulo, que por menos bien lo merecerían, Robert Rojas va para adelante con el apodo que le tocó en suerte. La sutileza de su juego y la delicadeza con que tratará a los rivales próximamente nos mostrarán el porqué no le tocó ser El señorito Rojas.

Ni los grandes capos de la mafia llevan en sus alias tal oficio. A lo sumo se hacen llamar Cara e' Barbie o Popeye, pero no sicario, eso jamás. Sicario para un hombre cuyo único pecado es querer destronar a Bedoya en el podio de quien ha sido expulsado más veces. El General, arrepentido recientemente por su tropelías callejeras, mira con estupor como Rojas llega a River. Ese River al que el propio Gerardo Bedoya dejó con las ganas de título en el 2001 y que ahora cuenta en su zaga defensiva con un hombre que ya veremos si rinde honor a su apellido y solo recibe tarjetas de ese color.

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Pero no pasa nada. Si al igual que Armando Carrillo, quien asumió con hidalguía su apodo de can femenino, Rojas lleva con orgullo su renombre, pues que le sonría la fortuna, le pongan espinillas en el camino, le toque con árbitros de tarjeta fácil y los rivales lo provoquen. Mátalos, sicario, mátalos. El miedo llevará a que solo te gritemos entre risas desde la tribuna: "cárcel, esa patada es de cárcel".

 
 

Juan Pablo Pablo.