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LA VERDADERA CACHUCHA BACANA

 

LA VERDADERA CACHUCHA BACANA

COMO EN TODO, AL IGUAL QUE RECORDABA EL ANUNCIO DE LAS GALLETAS DULCES MINI CHIPS, MUCHAS NO SON TANTAS. EJEMPLOS PARA CUALQUIER SITUACIÓN SOBRAN LOS CASOS EN EL MUNDO DEL FÚTBOL.


Se juegan miles de partidos al día y todo dios pretende sobresalir o, por lo menos, ser tendencia en Twitter por un par de horas; con eso basta y sobra, lo importante es lograr visibilidad, seguidores y pauta pagada en el futuro. SEO y SEM, señores. En ese delirio por figurar entre lo más visto —leído ya requeriría un poco más de ingenio o, al menos, una declaración fuera de sitio o políticamente incorrecta (nada difícil en los tiempos del neopuritanismo reinante)—, repito, sobran los ejemplos para casi cualquier cosa. Por tal razón, las omisiones siempre serán la regla y las menciones una simple muestra de lo que se quiere decir.

Hecha la salvedad (in)necesaria, el primer recuerdo relacionado con una cachucha bacana, lejos de ser la parodia con que Carlos Vives trató de revivir uno de los mejores clásicos del vallenato, es, por extraño que parezca, un insulto. Pero un insulto de verdad. No tanto por la grosería de sus palabras, sino porque es un insulto de origen, esencial, biliar. Podrían cambiarse todas las palabras, decir «mi mamá me ama» y, aun así, sería una frase llena de inquina, rencor y odio. Lo que saliera de la boca de aquel hombre con la cachucha bacana iba a ser una grosería, un improperio (para no perder la costumbre de periodista deportivo a la búsqueda de errados sinónimos).

De camisa, con saco de traje, sin necesidad de usar una corbata para demostrar la solemnidad de una ocasión irrepetible en la historia de un club sin títulos sobre su escudo, nuestro hombre lleva la cachucha bacana, una cachucha anterior a la era en que la publicidad se cuela en los lugares más recónditos de los uniformes y banquillos —no olvidemos que varias empresas se interesaron en poner sus anuncios en el carrito de golf que llevaría Maradona hasta el banquillo de suplentes en su etapa como entrenador en Gimnasia—. Además lleva la cachucha sin necesidad; es un día gris, amenaza lluvia, tormenta, tragedia deportiva.

Recordemos que se jugaban el campeonato, el eventual primer campeonato de un equipo con más de cien años de historia, que se ha cansado de ver salir campeón a su rival de ciudad, y no solo campeón local sino también varias veces campeón de Libertadores. En ese escenario, jugando de visitante, en una cancha abarrotada y con la necesidad de puntuar es imperdonable tomarse el partido como una pachanga o un amistoso de barrio. No se puede perder la cabeza. Temple y frialdad, que no ser pecho frío. La línea entre el profesionalismo y el saber darle patadas a un balón y tener resistencia física para pasar sin problemas el Test de Cooper.

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Y cuando uno de los propios pierde la cabeza, no tiempla los nervios, deambula por la cancha y recurre a una torpeza mayúscula que deja al equipo con diez jugadores no queda más que dejar salir a la bestia, al monstruo hecho palabra y sentimiento: «No sé qué mierda queré hacer, queré salir campeones de la concha de tu hermana».

 
 

Juan Pablo Pablo.