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MÁS VOLUMEN MÁS JUAN PIÑA

 

MÁS VOLUMEN, MÁS JUAN PIÑA

HACE OCHO AÑOS, CUANDO AÚN NO DIMENSIONÁBAMOS LO QUE HABÍA SUPUESTO EL DESPILFARRO A DOS MANOS DE LA INAUGURACIÓN Y CLAUSURA DE LOS JUEGOS OLÍMPICOS DE PEKÍN 2008, PARA SIEMPRE RECORDADOS COMO LA DEMOSTRACIÓN DE QUE EL FUTURO YA ERA CHINA, JUAN PIÑA, GUAYABERA POR BANDERA, RECLAMÓ LOS EXIGÜES FOCOS DE LUZ DEL METROPOLITANO, EN BARRANQUILLA, PARA REMATAR UNA DE LAS MÁS PINTORESCAS Y PATÉTICAS CEREMONIAS DE INAUGURACIÓN DEPORTIVAS DE LAS QUE SE TENGA REGISTRO.


Una pena no haber organizado el Mundial Sub 20 cincuenta años antes para que el tiempo hubiera distorsionado el recuerdo e internet no saliera en defensa de la verdad histórica. Mucho mejor sería poder jugar por libre con el olvido y la manipulación de la infausta imagen. Habríamos construido un relato en el que los bailarines iban coordinados, la lona que cubría el campo de juego en realidad protegía algo, no se notaba que los cantantes doblaban y Juan Piña, tan señor y valiente —que no deja de pedir no revolver el caldo y las tajadas—, estuviera un poco menos tenso, menos gordo y menos ridículo con el chaleco de ocasión.

Ya sé que comparar la inauguración de un Mundial Sub 20, con el presupuesto que tendría en la monotemática agenda del gobierno de turno, y los Juegos Olímpicos de Pekín es un disparate. Tanto o más lo es como querer que Juan Piña tuviera la sílfida figura de Shakira y deslumbrara al público con un Waka Waka vallenateado. No se trata de esto, y ya dejo en paz al pobre Juan Piña —que para una parranda soy el primero al que le gustaría tenerlo—; es cuestión de entender, cuanto antes, que el entretenimiento y la diversión corren por cuenta del espectáculo que se ha ido a ver.

Desde que el fútbol cayó en la dinámica de la mercadotecnia estadounidense, el modelo no ha sido otro que el de replicar todo lo que hagan allá. Empezamos con lo que en el colegio todavía se llamaban porristas, pronto rebautizadas, en un arrebato de anglicismo barato, cheerleaders. Diversión paralela al transcurso del partido, adquirían protagonismo en los quince minutos de descanso, que bien podían ser más, pues la regulación puntillosa del entretiempo es de ayer. De todo este fenómeno de disrupción deportiva ya no hay nada que criticar, y no porque se haya integrado plenamente en el fútbol, que lo estaba, sino porque, bueno, en época del #MeToo...

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Después, o antes, porque nada es lineal en esta historia, ni en ninguna, copiamos el humanístico gesto de integrar al público en el espectáculo. En un delirio de bidireccionalidad (qué tal la palabreja, De Francisco), se llamó a que la gente fuera el show mismo, a bajar al campo de juego, a ser parte de la experiencia —en eso se había convertido el ritual de ir a gritar, sufrir y llorar, en una experiencia; todo en el siglo XXI es una experiencia—.

Lo de menos es de qué se trata el concurso o el juego, de si hay recompensa o no, de si existen más competidores, de si hay algún patrocinador involucrado. Esas son nimiedades. Lo que importa es entretener siempre. Siempre. Con Maluma a todo volumen retumbando por los altoparlantes del estadio. Es para que no nos aburramos, porque hablar de fútbol, mirar los resultados, soñar con la remontada, sentir la eternidad de esos quince minutos, compartir impresiones con el vecino y salir corriendo por una lechona o una bolsa de papel que adentro dicen que lleva algo de queso que chorrea mucha grasa, todo eso aburre. Más volumen. Más Maluma. Más Juan Piña.

 
 

Juan Pablo Pablo.