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GALLARDO, CONDUCTOR DE AUTOBÚS

 

GALLARDO, CONDUCTOR DE AUTOBÚS

GALLARDO NO SE CANSA DE GANAR. YA LO DIJO XAVI CUANDO EL BARCELONA DE GUARDIOLA: GANAR ES UNA DROGA. SERÍA INEXPLICABLE QUE ALGUIEN SE CANSE DE GANAR, MÁS ALLÁ DEL CONSOLADOR REFRÁN EN EL QUE SE DICE QUE LA VIDA BUENA CANSA Y LA MALA AMANSA. NO TENDRÍA RAZÓN DE SER QUE NUESTRA HUMANIDAD, NUESTRA ESENCIA MISMA RECHAZARA EL PLACER ÚNICO DE SENTIRSE SUPERIOR, DE LOGRAR DERROTAR A LOS DEMÁS POR MÉRITOS PROPIOS, POR TRABAJO, POR IDEAS. DARWINISMO PURO. NADA DE CREACIONISMO. NADIE GANA DE CAMISETA, SE GANA EN LA CANCHA, CON EL SUDOR, EL TRABAJO EN EQUIPO, LAS ESTRATEGIAS TRABAJADAS ENTRE SEMANA Y LOS VIDEOS QUE SE SUBEN A LAS REDES SOCIALES DONDE LA MUJER DEL CÉSAR LO PARECE ADEMÁS DE SERLO.


En ese carrusel de victorias que han llevado a considerar a Gallardo el remplazo de Valverde en el Barcelona, la última parada, la que ya parece la parada habitual del entrenador de River —cual bus que repite el mismo trayecto entre dos ciudades y anuncian un receso de 45 minutos en la misma gasolinera en que lleva deteniéndose los últimos tres siglos— fue el triunfo más reciente en la llave de semifinales de la Copa Libertadores. Desde que dirige a River, es decir desde hace cinco años, se ha enfrentado en duelos de eliminación directa contra Boca en cinco oportunidades. Sobra decir cuántas ha perdido. Ya dijimos que el autobús para en la misma estación siempre. Ganar es una droga y uno no sabe cuando dejar de ganar, cuando dar un paso al costado. Que Guardiola diga que se fue del Barcelona porque tenía el ciclo cumplido en club, vaya y venga; pero no podrá decir que se cansó de ganar, porque al Bayern y al City no ha dio para ser segundón.

A Gallardo le queda por delante, o ya en el pasado, según se lean estas líneas, el reto de ganar la tercera Libertadores en cuatro años. A eso hay que sumar títulos de la liga local, Copas de Argentina, una Suramericana, buen fútbol, reorganización del equipo ante la venta de jugadores, buen ojo con las contrataciones y, sin duda, la certeza de ser uno de los mejores entrenadores del momento y de la historia de uno de los equipos más grandes de Argentina.

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En el último partido en la Bombonera no cayó gas pimienta, sino una marabunta de papelitos que hicieron recordar los mejores tiempos del colorido y folclórico fútbol argentino. La ilusión por volver a vivir un partido irrepetible —cuántas veces más seguiremos diciendo que el duelo más reciente es el no va más del deporte—, llenó la cancha de Boca de papel picado, como en esa final del 78 en que Kempes se cansó de hacer felices a los argentinos. Papelitos por millares, expectativa, cánticos, ánimos de remontada. Y Gallardo en el banco de suplentes, esperando el inicio del partido, con una cara de tranquilidad y certidumbre, más allá de los nervios connaturales a jugar contra el eterno rival, contra el que no se puede perder cueste lo que cueste. Gallardo miraba a los lados como diciendo sí, muy lindo todo, pero aunque juguemos mal, yo sé a que jugamos, yo sé que ganaremos, yo sé. Más papelitos cayeron, más tardó en empezar el partido y Gallardo, como siempre, detuvo el autobús puntual en la misma estación de siempre.

 
 

Juan Pablo Pablo.