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La Felicidad No Especula

LA FELICIDAD
NO ESPECULA

 

Hay una frase de hermanos que nunca falta en el momento de recibir el regaño materno: Siempre yo, dice el aludido.


El otro, cabizbajo, esconde en su silencio e indiferencia la tranquilidad de no ser sujeto de una reprimenda directa. Su hermano, masculla entre dientes la susodicha frase: siempre yo, siempre yo. En esa hermandad que puede constituir una selección nacional de fútbol es de imaginar que, al llegar al vestuario, Cristiano Ronaldo pensara e incluso dijera, sin atisbo de pena, siempre yo, siempre yo. Una merecida mención a su persona luego de tener que hacer de un juego colectivo un lucimiento individual.

 

En el empate a tres, que más que un partido reñido y parejo fue una oda a los errores y la carencia de tranquilidad, tuvo que erigirse la figura de uno de los llamados a lucir siempre, para evitar que el equipo favorito del grupo se quedara en primera ronda. El papelón estaba a servir de boca, en tres oportunidades se sintieron los once, los once millones de portugueses, fuera de la Eurocopa. Y a cada momento de incertidumbre y temeridad apareció el mediático (por aquello de lanzar micrófonos al agua) crack de Madeira. Primero asistiendo, porque nadie le llevaba el balón, y luego dando una lección de cómo definir con clase a la carrera y la manera en que se debe cabecear una pelota en el área. 

 
 

Y Portugal entró tercero, con tres punto en tres partidos que, en la siempre desatinada previa, se preveían fáciles, muy fáciles, casi de trámite. Y como la suerte no le falta a quien la necesita quedó por el que se ha denominado el lado asequible del cuadro de eliminación. Los grandes favoritos, los que han quedado campeones del mundo alguna vez (Alemania, Francia, España, Italia e Inglaterra) van juntos por un lado, entre ellos se eliminarán. Por el otro, orondo y sin querer queriendo, o sí, irá Portugal.

 

Todo porque, además, Islandia, la representante de trescientas mil personas, no piensa en mañanas, no especula y no juega con los números. Va a lo suyo, a jugar, a divertirse, a vivir la experiencia que puede ser única. Como no juegan, cual jugadores de póquer, con el qué pasará, disfrutan al entrar en la cancha. Y si ahora les toca lo más complicado no tienen miedo. Miedo a la oscuridad, tampoco; al frío, ni se diga; y a la soledad glacial, mucho menos. Miedo, saben ellos, solo se le tiene al Coco.

 

Juan Pablo Pablo.