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ROMPER LOS MICRÓFONOS

ROMPER LOS MICRÓFONOS

 

Los unplugged o desconectados, que en mala hora puso de moda la cadena norteamericana MTV, fueron el regreso al estado natural de las cosas: nada de artificios, solo la voz cantante y el sonido sin amplificaciones de los instrumentos. De lado quedó la estridencia de los parlantes que, en muchos casos, sobre todo en los conciertos, llevan a que la melodía se pierda entre el barullo de notas graves y agudas absolutamente inaudibles. 


Lo hecho en estos desconectados a los que no sobra decir que acudieron las grandes estrellas una vez vieron la posibilidad de ventas — fue el paréntesis necesario, la pausa adecuada, que tanto frenesí y desenfreno musical necesitaba. Es claro que se trata de espontáneas grabaciones y no de la generalidad, pues bien se sabe que al rescate de las deficiencias profesionales aparece sin más el ordenador. Pero aunque se tratara de un breve inciso explicativo — donde se dejara de manifiesto la necesidad de darse espacio y tiempo ante la avalancha de una contemporaneidad que exige la perfección — sentó un precedente. 

Ese mismo precedente del que ahora está sediento el fútbol. Hoy todo hay que contarlo en voz alta para que se entere el mundo. No basta con demostrarle al público, gracias a los resultados dentro del terreno de juego, que uno puede llegar a ser, eventualmente, el mejor técnico del planeta, sino que hay que decir claro y fuerte en una entrevista al término de un partido. Los jugadores quieren lucir y piensan en la celebración del próximo gol más que en las labores tácticas que les han sido impartidas; su mayor dolor de cabeza es qué tipo de figura creerán para representarla con las manos y dedicarle la anotación a un conocido, sin que el resto de los espectadores entiendan, pero aun así repliquen su gesto cuando jueguen en el barrio. 

 
 

Hay que ser buenos y que el mundo se entere. Ya no vale la actitud de los jugadores de blanco y negro — los que forjaron el camino para las estrellas de telenovela de hoy en día — , en donde después de marcar salían hacia el medio del campo para reiniciar el juego. ¿Celebrar? Porque si el partido no había terminado y además era un entretenimiento más en la vida. No se está pidiendo que los futbolistas deban darse la mano fría y distantemente (como hace el aún muy joven goleador Thomas Müller) tras su gol. Tampoco la cuestión da para tirarse al suelo, revolcarse, quitarse la camiseta y subirse al alambrado como un desposeído de toda cordura. Con algo de radicalismo lo retrató el excéntrico Mario Balotelli quien, luego de ser cuestionado por sus ascéticas celebraciones, le respondió a la periodista: " No celebro mis goles porque es mi trabajo. Cuando un cartero entrega una carta, ¿acaso lo celebra? ".

Hasta hace muy poco la visibilidad de los futbolistas — y su deseo por se reconocidos — se limitaba a cuanto podían hacer en la cancha. Ahora, con las facilidades mediáticas "de un tiempo que nos cambió" los jugadores están con nosotros todo el tiempo, gritandonos al oído su hazañas, sus opiniones, mostrando y luciendo, impartiendo clases de moda, promocionando productos y dándole buscando darle importancia a lo meramente interesante. Las redes sociales son su micrófono y altoparlante por excelencia. Sin ellas se sienten tan vacíos como cuando hacen un gol, no saben como celebrarlo y solo les resta abrazar a los compañeros. Sin embargo, esto solo puede ser un pesadilla, pues de antemano tienen preparado el siguiente festejo, con el que huirán del grupo, correrán con el poco aire que les queda, buscaran que les siga las cámaras y quedarán tranquilos: ya millones de personas sabrán quién soy;

¿El resultado? Eso no importa.

 

Juan Pablo Pablo.